Lunes 09 de diciembre de 2024
Cultura

Una bicicleta blanca (por Alejandro Vásquez Escalona)

Alejandro Vásquez Escalona                                                                                                                                                                          A Jaicel Una bicicleta negra. Una bicicleta blanca. Una muchacha de bermudas blancos. Un chico con franela…

Una bicicleta blanca (por Alejandro Vásquez Escalona)
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Alejandro Vásquez Escalona

                                                                                                                                                                         A Jaicel

Una bicicleta negra. Una bicicleta blanca. Una muchacha de bermudas blancos. Un chico con franela negra, barba negra. Va a besarla. Ella se empina sobre la punta de sus pies para alcanzar el beso. Llovió. Los árboles, escurren las últimas goteras de la lluvia sobre el césped. El sol no es una rodaja de piña anaranjada. La luna aún no ilumina el cielo como una telaraña. La tarde es plomiza. Nadie toma mate, ni cerveza sentado sobre la grama. No hay conversaciones entre amores o amigos. Dos o tres personas más deambulan como si dudarán de su presencia en el parque. Ausencia. Ausencia. Silencio húmedo. El corredor fotografía con la mirada. Casi termina su rutina de trote. Su vestimenta está mojada. A veces desliza su lengua por los labios, lame el agua que baja de su cabeza. Se ve alegre, como si acabara de enamorarse. Como si una muchacha de ojos insoslayables lo hubieses seguido en panorámica de admiración cuando cubría uno de los circuitos. Tiene sesenta y tantos años.  

En alguna ocasión leyó a Osho  que contaba cuando asistió en condición de oyente a un curso de escritura con un poeta en una universidad norteamericana. Osho corría regularmente en el Central Park de New York por la mañana.  Durante la dinámica del taller de poesía  confraternizó con el  docente que también trotaba. Osho lo invitó a que lo hicieran juntos. Así sucedió. Una mañana caía una lluvia recia, pero sin ventisca. Osho como siempre salió a correr al parque. Disfruto de la lluvia. Un día después al final de la clase de escritura, preguntó al poeta cómo se sentía, por qué no fue a trotar ayer. El docente, con semblante sereno, quizás ingenuo sonrió. No, con esa lluvia es complicado salir a correr. Cuando llueve no troto.  Osho ecuánime también, se refugió en el silencio para no correr fuera de la universidad. Este no es poeta nada, pensó. Se despidió. Miró por última vez el aula de clases. Caminó hacia la calle. A mojarse de poesía callejera. De palabras húmedas, alegres. Palabras de migrante. Tal vez su única propiedad en el país prestado donde vive.

El corredor del parque solitario se aleja, camina sobre la calle mojada hasta su hogar. Silba una canción de Pink Floyd. Intentará terminar un cuento que escribe sobre un poeta que no corría bajo la lluvia. Verá las gotas de agua resbalar sobre el vidrio de la ventana. Tomará un café. Mañana correrá nuevamente.

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