Viernes 17 de enero de 2025
Al Dia

RUTILIO ORTEGA, IN MEMORIAM…

RUTILIO ORTEGA, IN MEMORIAM…Mezclar virosis con tristeza y sentir esta infinita angustia que nos causa la indetenible partida de los…

RUTILIO ORTEGA, IN MEMORIAM…
Foto cortesía
Facebook Twitter Whatsapp Telegram

RUTILIO ORTEGA, IN MEMORIAM…Mezclar virosis con tristeza y sentir esta infinita angustia que nos causa la indetenible partida de los viejos amigos buenos y entonces intentar mantener la calma y no desesperarse cuando lees la infausta noticia de la muerte del magistral poeta y cronista de El Saladillo y de todo este confín abatido por la muerte.

Hace poco estuvo de visita su sobrina bienamada, la cineasta Patricia Ortega, quien recién me ha escrito para compartir este profundo pesar. Intelectuales con el genio y la vena humorística de Rutilio, esposo de la venerable actriz excompañera de tablas, Hilba D’Or, pocas veces se dan en cualquier comarca del orbe. Me escribió, hace instantes, Patricia:


“Alexis bello, mi tío Tito (Rutilio) acaba de morir. Menos mal que la vida me dio el chance de verle, me reconoció apenas por unos segundos, me dio la bendición. Y cuando Tía Esthela le contó que yo tenía mi apartamento de Sevilla decorado con "papos" tío con su picardía de siempre respondió "Miarma, muchacha der coño por qué hacéis eso" Apenas un atisbo, pero me siento honrada de que por lo menos por un minuto pude compartir con él. Creo que vos sois el indicado para escribir algo sobre ni tío, casi mi padre. Un abrazo…"

Hace poco redacté una suerte de proemio para una publicación que se haría como homenaje al maestro poeta don Rutilio. Menester resulta que este obituario (mientras viva y pueda hacerlo seré ese personaje que suena las campanas de las despedidas para los ilustres sabios de esta nación de seres iluminados y esclarecidos) incluya esos apuntes que sobreviven a un escritor dotado del don y la gracia de la risa contra el olvido. No puedo soportar tanta tristeza en marullos. Escribí, pues…

CRÓNICAS VERGATARIAS…
Un fotograma de Alexis Blanco sobre su admirado maestro, don Rutilio Ortega…

Imaginemos, por favor, esta película fundida por el sol. Acompáñenme, ruégoles: Era un muchacho muy feliz cuando conocí a Rutilio Ortega. Hacía teatro junto con su esposa, la gran actriz Ilba D’ Or, y desde el primer apretón de manos fluyó esa sabia energía de quien nació con el don de la pedagogía: “¿Ya leíste ‘¿Muchacho qué vais a ser vos cuando seáis grande?’…”, de Enrique León?, me preguntó aquella tarde iniciática. Por aquellos días León había montado una versión del “Romeo y Julieta”, en Grano de Oro y también estaba embuído en una polémica grande, puesto que su primera versión de la obra “Profundo”, de José Ignacio Cabrujas, había sido censurada, a instancias de la curia. A Rutilio Ortega no le gustaba la censura, de ninguna manera. Porque ello negaba la esencia ontológica del habitante de esta ciudad. Él mismo, en sus legendarias “Crónicas de El Saladillo”, había expuesto el alma del maracucho recurrente y ocurrente. Por aquellos días, un aventajado estudiante de cine, Augusto Pradelli, le había solicitado anuencia para un proyecto muy importante: hacer una película con esos textos suyos, tan cargados de gracia como de popular sabiduría.

Fue el primer largometraje que se rodó por estas tierras que Rutilio Ortega inmortalizó con su fina pluma de Cronista brillante. Así, en mayúscula, porque la obra intelectual y literaria del ex Secretario de Cultura era “digna de esculpirse en mármoles y de tallarse en bronces para memoria de los hombres en lo futuro”.
Era un lujo hablar de Borges y de su alter ego, Alonso Quijano, con Rutilio Ortega. Adoraba el humor raigal del argentino. De hecho, siempre sonó con dotar a Maracaibo con una megabiblioteca en la que no faltase ningún tema por abordar. En especial el de los masones y otras sociedades secretas que bien pudieron construir ese sentimiento universal que define al habitante de estos trópicos.

El rostro de Rutilio Ortega solía esconder al gran espíritu jodedor que lo habitaba a él:
“Yo llegaba – una sombra, algo, nada-, deslizándome por patios de casas ajenas aletargadas en el susurro de los uveros de playa, de los mangos y almendrones, dejándome ir en el fluir de la tarde despojada de tiempo, y entraba a su casa, el corazón un solo golpe, un solo nudo, mirando desde la obscuridad de los rincones que me cubrían, buscándola en el aire denso en el que cabalgaban cadenas de recuerdos -voces repitiendo: ¿te acordáis, mamá?, ¿te acordáis, papá?, ¿Mija… te acordáis?, voces arrastrando temblores de risa y de llanto- y allí me estaba, en cualquier lugar, obsesionado por todo lo que no podía comprender de ella…”.
Una pluma de altísima calidad superior. Alguna vez nos encontramos en el restaurante del señor Cedeño, Ced del Mar, cerca del mercado de Santa Rosalía, y allí él se inventó aquella “guía para desmentir a Salvador Garmendia en sus cuentos sobre El Pingüino de Maracaibo y en el cuento “El inquieto anacobero”. Todo como un portentoso chiste serio, una metacharada, un capcioso ejercicio del retruécano y de la parábola.

“Qué sensación causó aquella película, qué belleza, la de María Magdalena, la parte en que ella todavía era mala, llena de prendas, pintada, con aquel pelo largo y rubio que le llegaba casi a la cintura (aquí Blanquita, que nos estaba contando la película a los muchachitos porque no era apta para menores, y no la podíamos ir a ver, quizás por tener el pelo maluco, de pasas pegaditas a la cabeza, y aquella cabellera única era su sueño recóndito)…”.

Maracaibo como vista por la gran película mental y tan vívida que Rutilio Ortega gustaba contar, con su estilo de paradojal público anacoreta. Un íntimo personaje de la plaza y del mercado. De los clásicos griegos él habría preferido a Kavafis a Eurípides. Porque Maracaibo, con toda esa su gente, con nombres ampulosos y tan grecolatinos, le permitían a Rutilio (re-de)construir fábulas de caluroso ambiente maracucho.

“El único sireno macho del mundo que se conoce vino al mundo en la calle Monagas, en pleno Saladillo, para desespero de los intrigantes que hablan mal de Maracaibo y admiración de agnósticos y ateos de toda clase, creencia y condición que no creen en leyendas y consejas, ni en muertos y aparecidos, ni en lucecitas de noche, y que en el mejor de los casos están convencidos de que los actos mágicos y las maravillas solo son posibles en Grecia y Roma, en sitios como el Olimpo, la Cólquida, las Hespérides, la Hircania y la ínsula Barataria.

Ay coño, dijo con un bostezo el señor Hermógenes, agobiado por el calor de la tarde que lo había despertado y que lo había tenido sumido desde que terminó de comer en un aguevonamiento pegajoso, Ay coño, volvió a decir y se paró de la hamaca, todo ese tiempo frente a él, como si el tiempo no andara, puro silencio y calor, Ay coño; y se fue caminandito hacia el baño a refrescarse, chas chas, las chancletas marcando su paso lento y parsimonioso de gordo en cuerpo de camisa, rascándose los sobacos mientras caminaba, los pantalones abajo del ombligo, la enorme barriga proyectada al mundo, sólida y rotunda, una señora barriga cervecera, los ojos cegatos del sueño, rasca que te rasca aquí y allá, Ay coño…!.


Vergatarias crónicas las que garantizan la inmortalidad a Rutilio Ortega. Bien pudo terminar de realizar el mismo su propia película, solo que de eso ha escrito durante toda su vida. Rutilio es Maracaibo y viceversa: Un hombre cósmico mirando desde la bahía el mismo cosmos estrellado que los Trujillo Durán, los Yepes y los Pérez, la Calcaño y el Mariño Palacios, la dulce sobrina, Patricia, cuya Mamá Cruz tal vez se escape para venir a encontrarlo entre los gabinetes mentales, los anaqueles metafísicos del noble maestro don Rutilio:
“Por lo que a mí respecta les fui fiel, aunque para que negarlo tuve mis momentos de embelecamiento con las películas americanas, pues el cinemascope era algo que impresionaba de verdad y porque me enamoré de Marilyn Monroe. Pero puedo decir a toda honra que a pesar de todos los altibajos yo les permanecí fiel, porque era que Libertad Lamarque me llegaba hasta el alma, y cuando pasaban las películas de rumberas de Ninón Sevilla y de María Antonieta Pons no aptas para menores, nos subíamos al techo de la casa de la señora Ángela que quedaba al lado del cine Delicias para verlas sufrir y rumbear, menequeándose, alimentándonos los ojos con la imagen de sus cuerpos duros y perfectos para tenerlos bien fijos y presentes en el inevitable rito solitario que nos aguardaba, y porque no había como Enrique Rambal en el Mártir del Calvario para hacernos llorar en Semana Santa, y el que no lloraba no quería a Dios, y porque allí estaban Tin Tán y su Carnal Marcelo y Cantinflas, y Tito Guízar, Jorge Negrete, Luis Aguilar y Pedro Infante, porque nosotros al ir creciendo aprendimos a reír, a cantar, y a llorar en mexicano, pensando que México aunque lejano y en otro mundo era cosa nuestra. Por eso, por mí no fue. Por mí no fue que se cerraron nuestros cines de barrio y la gente no pudo más llorar o reír simplemente, y simpatizar e ir al bueno y arrecharse con el malo sin más problemas. La vida se complicó, y los días simples de antes, de risas y lágrimas, y las películas de antes, ingenuas, de risas y lágrimas, cedieron paso a ese mollejero de neurosis, rollos y complicaciones de hoy.”

Antes que imaginar, mejor leamos cada uno de los retazos de vida con los que Rutilio Ortega intentó construir para Maracaibo un milagroso traje de Arlequín. Un hermoso andamiaje de belleza y de sentimientos llenos de sudor y de inteligente ejercicio de la alegría. Digamos, que sí, que Rutilio Ortega será siempre uno de nuestros más exquisitos cronistas vergatarios. ¡Un poeta genial!
¡Ay, coño!

Noticia al Día/
(Alexis Blanco)

Noticias Relacionadas